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Chimamanda Ngozi en el Women of the World Festival, WOW
Por: Mónica Obono Ndongo Okenve
Creativa
El Festival de Mujeres del Mundo (Women of the World Festival, WOW) fue creado en Reino Unido el 8 de marzo de 2011 para marcar el centenario del Día Internacional de la Mujer. Su objeto es celebrar el potencial y logros de mujeres y chicas, así como de observar los obstáculos a los que se enfrentan a lo largo y ancho del mundo. Su fin es inspirar a las nuevas generaciones mediante la creación de un espacio de discusión a través de charlas, paneles, coloquios y debates con figuras públicas e influyentes, así como actuaciones, talleres, exhibiciones y oportunidades de networking. Tiene su sede en Southbank, un complejo de edificios públicos y privados de ocio y entretenimiento a orillas del río Támesis. Debido al éxito y demanda, este festival se celebra en cuatro países más y tiene previsto extenderse a otros cuatro el año que viene. Entre sus oradores en ediciones pasadas se incluyen personas de un rango diverso tales como Malala Yousafzai, Gordon Brown, Salma Hayek o Annie Lennox. Un total de una hora para responder a las preguntas de la anfitriona y a las preguntas de unos pocos privilegiados del público…
En este marco tuvo lugar el evento Chimamanda Ngozi Adichie in Conversation quien fue recibida por un público enfervorecido, -al igual que Angela Davis, cuyo evento se desarrolló inmediatamente antes- y quien tras su presentación agradeció a la anfitriona que “pronunciara correctamente su nombre”. La autora de Americanah y Todos deberíamos ser feministas se exculpó de antemano por si su oratoria fallaba debido a la falta de sueño en las últimas 48 horas. La escritora comenzó hablando de cómo adquirió conciencia de que era feminista desde una edad temprana. Una pregunta a la que está acostumbrada a contestar desde que se convirtiera en una figura mediática hace aproximadamente tres años.
Chimamanda abordó varias cuestiones con el estilo personal que ha desarrollado, el cual consiste en contar las conversaciones y debates que tiene con sus allegados, tanto en su nativa Nigeria como en EEUU, y explicar tanto los sentimientos como las reflexiones que le provocan esas conversaciones. Esta práctica de presentar razonamientos reconociendo la parte sentimental y que acaben conformando un discurso intelectual- y que ella brillantemente incorpora a su activismo-, ya se había impuesto en la era postmoderna en el mundo académico, concretamente en el ámbito de las Ciencias Sociales y Humanidades. Es además una metodología que está vinculada a la inclusión en la comunidad científica de los denominados “insiders”, individuos con identidades híbridas o mixtas que pueden narrar sus experiencias y elaborar un discurso a partir de ellas destinado a un público occidental y a la diáspora.
Chimamanda es consciente de su status de “insider” junto al de icono, así como de su impacto como mujer negra y africana en Occidente. Ella mezcla las anécdotas de su infancia con las del último café con un amigo, cuidadosa de no nombrar a nadie para no comprometer a ninguno de sus allegados. Comentó sobre cuán perniciosa es la idea de gustabilidad inoculada en las mujeres, así como sus negativas consecuencias. Como ejemplo contó cómo una amiga suya estaba siendo acosada sexualmente en el trabajo, y cómo otras amigas comunes le habían aconsejado que no fuese grosera con el acosador al encararlo, hecho que le causa estupor. “Las mujeres piensan que si son acosadas sexualmente han de gustar a su acosador” Aquí la escritora es tajante: “Habla, denuncia, y además que sepas que, de hecho, a quien te acosa no le gustas.” Aplausos. “Las mujeres han sido socializadas para reducirse a sí mismas y el mundo alaba y premia a las mujeres por reducirse a sí mismas.” Afirma que es una forma de control, de mantenerte abajo, “Te daremos una galletita si te mantienes abajo” Es la metáfora peliaguda que pone como ejemplo. Pero es que ella habla en voz alta sobre temas espinosos como este, los cuales definen las relaciones de género y dan forma a la política sexual que vemos en la superficie. No son tabúes y, sin embargo, es tremendamente inusual que se produzca una discusión abierta donde se reconozcan. Cuenta Chimamanda cómo ha observado que la habilidad de una chica o de una mujer para sacrificarse, para reducirse a sí misma, para silenciarse de algún modo contribuye a un aumento de su valor. Relacionado con el control social sobre la mujer y su cuerpo, la autora sostiene que a las mujeres en Occidente se les permite ser sexys, pero no sexuales, en África ni una cosa ni la otra. Hubo risas. Además, admite sentir rabia en los debates en torno a la pregunta “occidental” de si una mujer puede tenerlo todo y por lo tanto ser exitosa, porque implícitamente se está presumiendo que la mujer es responsable de las tareas del hogar y se está preguntando de hecho que si además de ello puede desempeñar el rol de mujer trabajadora y madre.
Ella confiesa que se siente sola en los debates con amigos y conocidos cuando tiene que probar una situación sexista, no así racista. Y que, sin embargo, este hecho no la desmoraliza. “Lo siento, pero cuando hablo de sexismo tengo que hablar de racismo, porque para mí, como mujer negra, están entrelazados... No soy negra unos días, y mujer otros días”. El público ríe. “La única razón por la que creo que el género importa es porque es la base para un sistema de opresión”. Otra afirmación que genera carcajadas entre el público es que las mujeres han de ser madres de sus hijos y de sus maridos en el sentido de educar en igualdad. Chimamanda tiene el punto de sarcasmo perfecto para ganarse la simpatía de los oyentes. Confiesa tener esperanzas en que las siguientes generaciones de hombres sean igualitarias. Cuenta que en charlas con amigas y conocidas le causaba perplejidad escuchar con frecuencia el consejo de que una mujer ha de comportase bien (con un hombre) para que éste “le trate bien”.
Dijo que la idea de que el bienestar de una mujer, entendida como integridad física y psíquica, dependa de la benevolencia de un hombre le parece igual de insidioso que la construcción social de la masculinidad, la cual considera tóxica. “Creo que hay que machacarla y desmantelarla.” Aquí hace un clásico gesto corporal de vehemencia que refuerza visualmente su afirmación: su mano abierta de lado golpea la palma abierta de su otra mano debajo. Ella desgrana cómo se ha hecho uso de la vergüenza en esa construcción teniendo como resultado que los hombres se avergüencen de ser sensibles o vulnerables. Aboga por sustituir el sentimiento de vergüenza por el de orgullo. “¿Qué tal si les enseñamos a las chicas que está bien que los hombres lloren?” Señala cómo las mujeres son muchas veces cómplices al absorber esta construcción de masculinidad.
De nuevo, vuelve a ser sarcástica cuando dice haberse dado cuenta de que existe una jerarquía en la comunidad de pelo natural (afro). En definitiva, nuevas presiones que consisten en lograr un estándar de rizo que cabellos con textura 4c, como el suyo, no consiguen “porque Dios no ha hecho este pelo para tener o conseguir ese rizo”. En forma de ráfaga hace unos gestos de comediante, de monologuista, se imita a ella misma arreglándose el pelo. “Eres humana, y lo intentas…y te frustras porque no funciona.”
La anfitriona le pregunta por una reciente polémica sobre algo que dijo en una charla previa en torno a la cuestión transgénero. Ella emplea tiempo en aclarar cómo y por qué fue malentendida. Afirma que desconocía la existencia de un grupo de personas dentro del feminismo que defienden la exclusión del colectivo trans, y donde se la encasilló. Desde su punto de vista, se puede seguir apoyando a las mujeres transgénero sin afirmar que su experiencia (biológica y psíquicamente hablando) es la misma que la de una mujer.
Para explicar cómo el feminismo se ha reinterpretado en la actualidad y cómo la etiqueta “feminista” tiene connotaciones peyorativas contó cómo al finalizar una charla en Estados Unidos, un grupo de afroamericanas se le acercó y una le dijo:
-Muy bien, estoy de acuerdo contigo en todo, pero yo no soy feminista.
A lo que ella le respondió:
-Y eso ¿por qué?
-Porque si no la gente va a pensar que odio a los hombres (negros).
En el turno de preguntas del público una chica negra cuestiona algo de su libro y ella, resabida, sale del entuerto con una cita de Oscar Wilde, provocando una grandísima ovación entre los asistentes. A Chimamanda le preocupa que la misoginia en cierto grado esté permitida o esté siendo aceptada abierta o públicamente en una sociedad que se deshumaniza, y cita como ejemplo a Donald Trump. Por ello, y con la esperanza de revertir esta deshumanización escribe en su último libro 15 sugerencias a una amiga de la infancia que le pide consejo sobre cómo educar a su hija para que sea una mujer fuerte e independiente.
Para saber más:
Ngozi Adichie, Chimamanda (2017). Dear Ijeawele, or a Feminist Manifesto in Fifteen Suggestions, Fourth State, UK.
-
Resumen on line Chimamanda Ngozi Adichie in Conversation (WOW): https://www.youtube.com/watch?v=IKMSZRg3L8M&t=229s
En este marco tuvo lugar el evento Chimamanda Ngozi Adichie in Conversation quien fue recibida por un público enfervorecido, -al igual que Angela Davis, cuyo evento se desarrolló inmediatamente antes- y quien tras su presentación agradeció a la anfitriona que “pronunciara correctamente su nombre”. La autora de Americanah y Todos deberíamos ser feministas se exculpó de antemano por si su oratoria fallaba debido a la falta de sueño en las últimas 48 horas. La escritora comenzó hablando de cómo adquirió conciencia de que era feminista desde una edad temprana. Una pregunta a la que está acostumbrada a contestar desde que se convirtiera en una figura mediática hace aproximadamente tres años.
Chimamanda abordó varias cuestiones con el estilo personal que ha desarrollado, el cual consiste en contar las conversaciones y debates que tiene con sus allegados, tanto en su nativa Nigeria como en EEUU, y explicar tanto los sentimientos como las reflexiones que le provocan esas conversaciones. Esta práctica de presentar razonamientos reconociendo la parte sentimental y que acaben conformando un discurso intelectual- y que ella brillantemente incorpora a su activismo-, ya se había impuesto en la era postmoderna en el mundo académico, concretamente en el ámbito de las Ciencias Sociales y Humanidades. Es además una metodología que está vinculada a la inclusión en la comunidad científica de los denominados “insiders”, individuos con identidades híbridas o mixtas que pueden narrar sus experiencias y elaborar un discurso a partir de ellas destinado a un público occidental y a la diáspora.
Chimamanda es consciente de su status de “insider” junto al de icono, así como de su impacto como mujer negra y africana en Occidente. Ella mezcla las anécdotas de su infancia con las del último café con un amigo, cuidadosa de no nombrar a nadie para no comprometer a ninguno de sus allegados. Comentó sobre cuán perniciosa es la idea de gustabilidad inoculada en las mujeres, así como sus negativas consecuencias. Como ejemplo contó cómo una amiga suya estaba siendo acosada sexualmente en el trabajo, y cómo otras amigas comunes le habían aconsejado que no fuese grosera con el acosador al encararlo, hecho que le causa estupor. “Las mujeres piensan que si son acosadas sexualmente han de gustar a su acosador” Aquí la escritora es tajante: “Habla, denuncia, y además que sepas que, de hecho, a quien te acosa no le gustas.” Aplausos. “Las mujeres han sido socializadas para reducirse a sí mismas y el mundo alaba y premia a las mujeres por reducirse a sí mismas.” Afirma que es una forma de control, de mantenerte abajo, “Te daremos una galletita si te mantienes abajo” Es la metáfora peliaguda que pone como ejemplo. Pero es que ella habla en voz alta sobre temas espinosos como este, los cuales definen las relaciones de género y dan forma a la política sexual que vemos en la superficie. No son tabúes y, sin embargo, es tremendamente inusual que se produzca una discusión abierta donde se reconozcan. Cuenta Chimamanda cómo ha observado que la habilidad de una chica o de una mujer para sacrificarse, para reducirse a sí misma, para silenciarse de algún modo contribuye a un aumento de su valor. Relacionado con el control social sobre la mujer y su cuerpo, la autora sostiene que a las mujeres en Occidente se les permite ser sexys, pero no sexuales, en África ni una cosa ni la otra. Hubo risas. Además, admite sentir rabia en los debates en torno a la pregunta “occidental” de si una mujer puede tenerlo todo y por lo tanto ser exitosa, porque implícitamente se está presumiendo que la mujer es responsable de las tareas del hogar y se está preguntando de hecho que si además de ello puede desempeñar el rol de mujer trabajadora y madre.
Ella confiesa que se siente sola en los debates con amigos y conocidos cuando tiene que probar una situación sexista, no así racista. Y que, sin embargo, este hecho no la desmoraliza. “Lo siento, pero cuando hablo de sexismo tengo que hablar de racismo, porque para mí, como mujer negra, están entrelazados... No soy negra unos días, y mujer otros días”. El público ríe. “La única razón por la que creo que el género importa es porque es la base para un sistema de opresión”. Otra afirmación que genera carcajadas entre el público es que las mujeres han de ser madres de sus hijos y de sus maridos en el sentido de educar en igualdad. Chimamanda tiene el punto de sarcasmo perfecto para ganarse la simpatía de los oyentes. Confiesa tener esperanzas en que las siguientes generaciones de hombres sean igualitarias. Cuenta que en charlas con amigas y conocidas le causaba perplejidad escuchar con frecuencia el consejo de que una mujer ha de comportase bien (con un hombre) para que éste “le trate bien”.
Dijo que la idea de que el bienestar de una mujer, entendida como integridad física y psíquica, dependa de la benevolencia de un hombre le parece igual de insidioso que la construcción social de la masculinidad, la cual considera tóxica. “Creo que hay que machacarla y desmantelarla.” Aquí hace un clásico gesto corporal de vehemencia que refuerza visualmente su afirmación: su mano abierta de lado golpea la palma abierta de su otra mano debajo. Ella desgrana cómo se ha hecho uso de la vergüenza en esa construcción teniendo como resultado que los hombres se avergüencen de ser sensibles o vulnerables. Aboga por sustituir el sentimiento de vergüenza por el de orgullo. “¿Qué tal si les enseñamos a las chicas que está bien que los hombres lloren?” Señala cómo las mujeres son muchas veces cómplices al absorber esta construcción de masculinidad.
De nuevo, vuelve a ser sarcástica cuando dice haberse dado cuenta de que existe una jerarquía en la comunidad de pelo natural (afro). En definitiva, nuevas presiones que consisten en lograr un estándar de rizo que cabellos con textura 4c, como el suyo, no consiguen “porque Dios no ha hecho este pelo para tener o conseguir ese rizo”. En forma de ráfaga hace unos gestos de comediante, de monologuista, se imita a ella misma arreglándose el pelo. “Eres humana, y lo intentas…y te frustras porque no funciona.”
La anfitriona le pregunta por una reciente polémica sobre algo que dijo en una charla previa en torno a la cuestión transgénero. Ella emplea tiempo en aclarar cómo y por qué fue malentendida. Afirma que desconocía la existencia de un grupo de personas dentro del feminismo que defienden la exclusión del colectivo trans, y donde se la encasilló. Desde su punto de vista, se puede seguir apoyando a las mujeres transgénero sin afirmar que su experiencia (biológica y psíquicamente hablando) es la misma que la de una mujer.
Para explicar cómo el feminismo se ha reinterpretado en la actualidad y cómo la etiqueta “feminista” tiene connotaciones peyorativas contó cómo al finalizar una charla en Estados Unidos, un grupo de afroamericanas se le acercó y una le dijo:
-Muy bien, estoy de acuerdo contigo en todo, pero yo no soy feminista.
A lo que ella le respondió:
-Y eso ¿por qué?
-Porque si no la gente va a pensar que odio a los hombres (negros).
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