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Jojua Jaching'a, la niña que siempre soñaba con los ángeles (un cuento vegano africano)
Inkíyu era un mundo lleno de maravillas, era lugar de paz, era feudo de mucha tranquilidad. Era hogar de los seres angelicales, quienes nunca se dejaban ver ni visitar. En cambio, siendo que nunca se dejaban contemplar, ellos sí veían, curioseaban y estaban al día de todo cuanto hacían los demás. ¿A quién en el mundo no le haría ilusión o tendría la curiosidad de conocer cómo era Inkíyu?
Pues, así como de complicado resultaba viajar a dicho lugar, tal cual es difícil diferenciarlo y describirlo, porque ningún mortal, persona de carne y hueso, podía caminar o transitar hasta pisar allí. Los habitantes de Inkíyu tenían una mala percepción de los del poblado de Vitêê, les consideraban seres impuros y muy malos. Inkíyu era un lugar bastante excepcional y mucho que narrar del hogar angelical no se puede, porque viene a ser insuficiente la palabra para poderlo contar.
El verdor que dominaba los bosques de Inkíyu, se debía al color de los múltiples y gigantescos árboles y no se les podía comparar con los de otros lugares. El mar dejaba a todo el mundo embobado por el color que lo conectaba con el despejado cielo azul y que conquistaba todo el océano que cubría el territorio marítimo.
Las civilizaciones del mundo entero habían vivido décadas, y aún siglos tras siglos, con ansias por llegar a conocer cómo eran las maravillas de Inkíyu que tanto oyeran hablar a sus ancianos, que habían estudiado en las escuelas y que estaban relatadas en sus leyendas, pero les resultaba imposible. Es que llegar a pisar dicho mundo lleno de encantos, de ternura y de ángeles nunca habría estado al alcance de cualquiera.
En el poblado de Vitêê habitaba mucha gente y la mayor parte de ella eran personas corrientes. De entre tanta población había allí una familia, quizá la más humilde que había en dicha aldea, que tenía una hija de poca edad. Naturalmente los padres le pusieron a la niña el nombre de Jojuá Jaching´a pero, por su formidable belleza natural, los vecinos y sus amigos le apodaron Fômôz. A ella la gustaba jugar a todo tipo de juegos con cualquier persona de su edad; era difícil distinguir en Jojuá Jaching´a el juego que crecidamente le fascinaba… pues sus amigos y amigas nunca se entristecían ni se aburrían a su lado.
La muchedumbre en Vitêê, a excepción de la familia de la muchacha, estaba acostumbrada a comer de todo, pero la carne de los animales del bosque y los peces, tanto los de la mar como los del río, eran sus platos preferidos. O sea, animales que se enferman, sienten la alegría al igual que la tristeza, paren, comparten, algunos amamantan a sus crías, hablan, etc. pero nunca los mataba para comérselos porque poseen la sangre, semejante a la de los habitantes de Vitêê, del que forman parte también.
Los padres de la niña, Mindjikodj y Boznal, eran tan sensibles, y también la abuela de Jojuá Jaching´a, Mashimá Áuchi, que acostumbraban a no alimentarse de ninguna clase de animal que poseía sangre como la de ellos y asimismo le habían educado a Fômôz para que así valorara, cuidara y protegiera a dicha raza de seres. Ellos consideraban que en Vitêê, cada vez que se mataba a un antílope, mono, venado, paloma, puerco espín, bacalao, jabalí, barbo, trucha, tortuga, etc. dañaban y eliminaban igualmente a la propia naturaleza de ellos mismos. Tal particularidad de tierno comportamiento y sensación de la familia Mindjikodj fascinaba, llenaba y satisfacía a los ángeles de Inkíyu sin que antes nadie se diese cuenta de nada.
Por asuntos de trabajo, llámese también cosas de la vida o la deshonra que le habría tocado vivir a la pobre chiquilla, los padres de ella, siendo que para la familia nada era más importante que sus Jojuá Jaching´a, casi no le vieron crecer a la linda muchacha de rizados cabellos, pupila castaña, piel negra, brillante y suave, ni ella crecer con el cariño de Mindjikodj y Boznal, porque cada vez abandonaban ellos muy de mañana el hogar, recorrían largos kilómetros para ir a trabajar y regresaban al hogar a deshora. Lo peor para la niña resultaría ser que ni su madre encontraba, cuando era más chiquita, tiempo para poderla amamantar con la leche materna. No obstante, tanto ella y como muchos de sus amigos y amigas en Vitêê habían crecido así, sin el cariño de sus padres.
Como Fômôz no molestaba casi nunca, Mashima Áuchi, su abuela, se ofrecía siempre al cuidado de la niña. Era ella la persona que en cada momento que la pareja fuera a salir a faenar se quedaba a cargo de la pequeña. Viajaban éstos hasta a veces por todo el mundo, pero lo bueno era que regresaban el mismo día, a cualquier hora de la tarde, del mediodía, de la noche, etc. Estaban tranquilos, muy confiados y no se preocupaban en ningún momento por haberle dejado a Jojuá Jaching´a bajo la custodia de su infatigable abuela Mashima; sabían asimismo que la cría no comería de cualquier cosa, aun jugueteando con sus amigos. Mashima Áuchi era toda una mujer misericordiosa, no se la podía comparar, en cuanto al cuidado, higiene y cariño hacia los niños, con ninguna otra abuela de su edad en el poblado.
A base de comentarios en los barrios, se establece que como era en el seno de aquella familia donde jamás se sacrificaba a ningún animal ni habían comido tampoco carne en Vitêê, precisamente viene a ser que Jaching´a era la única pequeña que viajaba en ocasiones a Inkíyu, quien contemplaba las maravillas del lugar, llegando al extremo de hasta acariciar a los ángeles, hablar con ellos… Y todo lo hacía en sueños.
Siempre que la chiquilla se quedaba a solas con su abuela Mashima Áuchi, ésta, a cualquier hora o momento dado para ir a dormir a la niña Fômôz, no lo podía hacer sin antes contarle un cuento o cantarle una linda y angelical canción de nana infantil. Después de quedarse ella dormida en los brazos de su adorada abuela, ésta la dejaba muy feliz postrada en su cuna, hecha con palos y paja, para que gozosa continuara descansando.
En los momentos del descanso de la pequeña, venían velozmente volando los ángeles desde el lejano y maravilloso Inkíyu, parecían estar siempre a la espera y vigilantes de cuando Mashima se iba para portar a Fômôz a dormir en su tierna cuna, para que vinieran a adorar, a rodear, a cubrir la cama con sus grandes alas llenas de plumajes blancos, dejando el lugar muy pero que muy chispeante de llamas, a pesar de que no se dejaban nunca ver. Y así llevaban a Jojuá Jaching´a a volar por todo Inkíyu y le transmitían los sueños más bellos. Eran momentos lindos, de mucha alegría, también llenos de asombros, aunque nadie los veía ni los oía, excepto...
Cada vez que tales espíritus celestiales la traían a ella de vuelta en sí, en su hogar, y se despertaba del sueño, muy temprano, después de realizar los deberes de clase y de casa, éstos últimos, que casi en ningún tiempo los tenía, se reunía con los amigos, las amigas y, aprovechando el tiempo que duraban sus agradables e inofensivos juegos infantiles, se ponía Jaching´a a narrar en forma de teatro a sus colegas cómo eran de bellos, dóciles, divinos y maravillosos los seres que habitaban en Inkíyu. Eran todos ángeles. Algunos de los amigos de Fômôz durante el relato de los cuentos se quedaban dormidos, inmóviles, sorprendidos e ilusionados por el dulzor, la voz y el tierno ritmo con que les narraba ella los cuentos.
Y, pues los ángeles, contemplando dichas escenas llenas de paz y sosiego mientras Jojuá Jaching´a contaba a sus amigos cuentos que ellos le desvelaban durante sus viajes, creían que aquellos chiquillos, colegas de Fômôz, estaban junto con ella en la misma línea de comer solo verduras, y de no sacrificar a los animales, pero no. Ya habían probado la carne de otros animales. Habían saboreado lo que era la sangre de los animales del bosque, la de los peces del río y la de los de la mar.
Máshima Áuchi, a solas con su única nieta, siempre se quedaba en casa. Ella evitaba en todos los momentos que, cuando la niña estuviera fuera del hogar jugando con los amigos, aceptara de los ricos alimentos que compartían. No encontraba la abuela las tentaciones, los malos ánimos y el mal corazón de obligar a las amigas y amigos de Fômôz a arrojar los alimentos que servían en sus casas al basurero para evitar que los compartieran con su nieta. Únicamente se confiaba de la pequeña por su obediencia, que era como indescriptible, ni su humildad.
Desde la cuna, Jojuá Jaching´a había recibido instrucciones de sus padres y las de su abuela de no comer nada procedente de la casa de otros vecinos, excepto si son verduras, mayoritariamente frescas, y que tampoco lo hiciera en secreto. Ella lo venía cumpliendo a rajatabla. Nunca aceptaba nada de comida que le ofrecieran sus amigos y si hubiere ocasión de no poder negarse, la recibía y luego procuraba deshacerse de ella. Nunca la comía, ni la tiraba al vertedero. Simplemente ella después de cogerla, la regalaba a otros y a otras de su edad que sí acostumbraban a comer tales alimentos.
En el poblado de Vitêê tuvo lugar un día que comenzaba a llover muy de mañana y que casi no pararía de caer agua hasta el atardecer. Aquella intensa e incesante lluvia habría de paralizar a Boznal y a Mindjikódj, para no salir de casa. Pero para la pareja, la lluvia no era ningún obstáculo ni pretexto que les impidiera ir a faenar.
Entonces, protegiéndose como pudieron de la lluvia, salieron del hogar dejando a Jojuá Jaching´a aún dormida en su cuna. Cariñosamente para despedirse de ella lo hicieron con muchos besos, alguna caricia y luego dieron algunas instrucciones a la abuela Máshima y se marcharon a sus quehaceres. Al despertar Fômôz saluda, arregla su cuna como la enseñaron, cepilla los dientes, realiza los deberes, le prepara el desayuno su abuela, desayuna… y sale afuera para ponerse a jugar con los suyos.
En medio de tanta felicidad, entre risas, salta combas, carreras, columpios de tan simple cuerda y un trocito de manera atado a un palo, algún enfado sin ira en medio, después un llanto de cualquiera, peleas de las que luego entre sí se vuelven a reconciliar, gritos de alegrías, mientras se divertían, aparece un muchacho con sus juguetes, llevaba también otra cosa en la mano. Dêdê, se llamaba. Él era uno de los mejores amigos del barrio, no había conocido el secreto de Fômôz´ô y…
La pobre, al darse cuenta, ya era tarde. Jojuá Jaching´a, sin querer, había probado lo que jamás debió haber probado, comida preparada con especie comestible pero que portaba sangre. Al instante los ángeles, desde Inkíyu, se habían dado cuenta de lo que había hecho la niña. Supieron que habían perdido totalmente a su fiel amiga en Vitêê. Ella, tan decepcionada, de repente abandona los juegos y regresa corriendo a casa para comentar a su abuela el error cometido. Máshima Áuchi trataría de calmarla, para luego quedarse dormida.
En su sueño, apareció solo un ángel muy chiquito. Era el único que vino a por ella, y ni siquiera podía volar con Jojuá Jaching´a debido a su reducido tamaño y por pesar mucho menos que ella. A duras penas se la llevó con él a Inkíyu. No volverás a ver jamás a ningún otro ángel que no sea yo, le dijo de camino mientras volaban hacia su tierra, después de varios comentarios. Aquel chiquitito espíritu era el ángel de la guarda de Fômôz´ô, como cada niña o niño posee, Cada mujer u hombre tiene uno, según la manera en que se comporta con los demás en la vida, y según lo que cada uno come. Y así fue.
Francisco Ballovera Estrada
Malabo, 11 de enero de 2018
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