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Fascismo cotidiano


Por Antumi Toasijé


El neofascismo nos rodea con su inquietante cotidianeidad. En gran número de poblaciones y barrios constituyen la fuerza más votada, en otros es la segunda. En muchos más es la tercera, a veces por escaso margen. En infinidad de lugares uno de cada tres o cuatro vecinos o vecinas apoya que seamos deportados en masa, si es posible mañana mismo. Posiblemente hablen con admiración del legado de quienes causaron millones de muertos, bien sea con el colonialismo y el esclavismo, bien sea con el fascismo y el nazismo. Muchos se sienten cómodos también con el machismo, incluso con el machismo que se manifiesta con violencia física. Hoy una entrañable anciana que hace la cola en la parada del autobús puede transformarse en una versión moderna de Goebbles dispuesta a pedir una "solución final" para nosotros y nuestras familias sin sentir que está trasgrediendo la ley y sin preocuparse por la más elemental decencia, hoy un prometedor joven con todo el futuro por delante, puede proyectar inopinadamente su puño sobre una señora en el autobús porque quiere su asiento ya que él es "más de aquí" que nadie.

Uno de cada seis vecinos y vecinas, de esos que nos cruzamos a diario, de esos que puede que nos saluden incluso con una sonrisa y nos hablen del tiempo en el ascensor vota a un partido que nos odia. En algunas poblaciones y barrios es uno de cada tres vecinos, y también uno de cada tres maestros y profesores que enseñan a nuestros hijos Filosofía, Historia, Literatura... uno de cada tres médicos que nos atienden en centros de salud y hospitales, uno de cada tres policías que patrullan nuestras calles, o tal vez en ese caso sean dos de cada tres. No hay manera de saberlo. No podemos saber quienes son a menos que nos lo digan abiertamente o lleven una de esas pulseritas. 

De modo que no podemos identificarles, no lo digo por odio ni mucho menos, sino para poder evitarles, esquivarles no sea que nos metan en un embrollo. No podemos dejar de consumir en sus negocios, no podemos dejar de enriquecerles comprándoles patatas, ordenadores, coches o casas. Ni podemos dejar de trabajar para ellos y ellas, de hecho, tal y como están las cosas, ni siquiera sabiendo que son abiertamente fascistas se les puede dar la espalda. Cuando hablan, solo podemos escucharles e intentar adivinar, por sus palabras, si detrás de los pliegues una sonrisa se oculta un profundo odio y asco hacia nosotros y nosotras. Sería bueno al menos para poder poner, disimuladamente, distancia. Toda discreción es necesaria porque el "delito de odio" ha sido distorsionado para defender a quienes fomentan ideas de opresión antes que a sus víctimas y, por lo tanto, pretender expresar nuestro horror ante la proliferación de idearios nefastos y mortales puede ser motivo de persecución judicial.

Es muy injusto estar en esa desventaja, porque ellos sí que saben quienes somos. Ellos nos identifican a distancia, por nuestro tono de piel, por nuestros rasgos, nos ven como parásitos que hundimos la seguridad social, los supuestos valores eternos del país, esos que algunos pretenden conocer mejor que otros. No es que esto no ocurriese antes, la diferencia es que ahora se sienten más legitimados para gritarlo a los cuatro vientos. Sienten que están en su pleno derecho a rechazarnos, o a agredirnos de palabra o incluso físicamente. Pero también pueden acercarse sibilinamente a nosotros y nosotras y hacer ver como que lo suyo no es racismo sino sólo "orden" y "tradición". Pueden sonreírnos y hacernos creer que son nuestros amigos mientras esperan pacientemente que llegue su día, nuestro día. Pueden incluso casarse con personas Afro o abyayalenses, pueden incluso incorporar diversidad a sus partidos como pantalla contra las acusaciones de racismo e incluso llegan a recibir votos de personas de ascendencia diversa que, como aprendices de Torquemada, entienden que ir contra contra sí mismos les va a convertir en "muy españoles y mucho españoles", y quizás evitar el dichoso y sempiterno "tú no eres de aquí".

Cierto es que siempre estuvieron ahí, sabemos que la ramplonería es una enorme fuerza latente en cualquier sociedad. Los esfuerzos por educar a ese porcentaje cerril siempre han chocado con una terrible realidad; el racismo y la xenofobia no atienden a razones ni a lógicas, ni a ciencia, ni a empatía. Quienes creen que con campañas contra la desinformación podrán vencer estas ideologías no conocen bien a quienes las defienden. A quienes odian n
o les sirven los datos, simplemente quieren validación de sus preconceptos, si no la encuentran aquí, la buscan allá. Son preconceptos hipotalámicos grabados a fuego en infancias a menudo violentas y llenas del "aquí se hace lo que digo yo", autoridades maternas y paternas que sellan la razón con la religión de la desconfianza hacia el "otro".

Así pues, los racistas y los xenófobos entienden muy bien el miedo, lo han vivido en casa, les ha sido trasmitido con esos "cuidado con los..." y esos "esa gente son así", y por eso, debido a su profundo miedo, hasta ahora se mantenían generalmente callados, temiendo que la ley actuase si cruzaban determinadas líneas rojas, eso les contenía. Por ello es tan grave que tengan poder, que estén en las instituciones, pues desde ahí tienen herramientas para empezar a trasformar España en la distopía en la que todos los súbditos deben ser iguales, no iguales ante la Ley sino forzosamente iguales, una sociedad de misa obligatoria los domingos, de toros en la televisión pública, de constantes vivas al rey y a España, sea el rey como sea y sea España como sea. Una sociedad en la que solo se habla castellano, en la que la familia se construye a base de autoridad. Una sociedad en la que hay que aprender a disparar a los animales en las escuelas.

Como digo, no sabemos bien quienes son y 
aunque pudiéramos saberlo, tampoco podríamos evitarles, dejar de comer en sus restaurantes, dejar de recomendar sus comercios a nuestros amigos turistas, evitar sus hoteles, dejar de visitar sus webs. Si lo hiciéramos nos acusarían de "racismo inverso" y de no ser demócratas, como el agresor que acusa a su víctima de no dejarse insultar y pegar. Nos acusarían de "incitación al odio", esa ley y ese concepto que mediante un truco digno del mejor prestidigitador ha sido pervertida en infinidad de ocasiones para proteger a los verdugos de sus propias víctimas.

Es la imposibilidad de saber quien sería capaz de firmar tu orden de expulsión, es la imposibilidad de saber quien estaría dispuesto, si la situación lo propicia, a venir a buscarte a tu casa de madrugada, subirte a un camión y hacer que te peguen un tiro en una cuneta. Es esa cotidianidad del mal, de la que tantas y tantos han hablado, y no el mal en sí lo que es más inquietante.

https://www.abc.es/elecciones/elecciones-generales/abci-elecciones-generales-mapa-victorias-locales-10-n-municipio-municipio-201911110526_noticia.html
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Antumi Toasijé

Antumi Toasijé
Doctor en Historia, Cultura y Pensamiento

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